La nueva educación y las TIC

No hay un manual de instrucciones que nos diga exactamente qué tenemos que hacer en cada situación con nuestros hijos en edad adolescente. Cada uno de ellos es una persona diferente con sus propios problemas y particularidades, pero podemos dar algunas pistas sobre cómo afrontar la educación en un período tan complicado.

Sabemos que ser padres no es una tarea fácil, y lo ideal es conseguir un equilibrio entre disciplina y cariño, buscar un punto medio donde seamos una referencia... pero también donde encuentren cada vez más espacio y más libertad para crecer y convertirse en adultos. Para ello hay que cuidar estos factores:

Ser padres no es una tarea fácil, y lo ideal es conseguir un equilibrio entre disciplina y cariño para buscar un punto medio donde seamos una referencia. Hay que cuidar estos factores:

Las normas


Los adolescentes necesitan normas para tener un referente en su comportamiento. Lo difícil es conseguir que las normas sean razonables y no obedezcan a nuestros propios miedos o inseguridades. Si ellos crecen en un ambiente con normas y valores familiares asumidos por todos, serán personas más autónomas, tendrán un mayor grado de autoestima y, sobre todo, serán más responsables en su trabajo y más justos en sus relaciones sociales. Los padres tienen que ser especialmente coherentes y cumplirlas siempre, o su credibilidad como modelos se verá seriamente afectada.

El afecto


Es tan importante como las normas en la educación. Gracias al afecto, los adolescentes comprenden que las normas buscan un bien común y no son arbitrarias. Gracias a esto no obedecerán solo por temor al castigo, sino comprendiendo los motivos. La ausencia de afecto los convierte en personas inseguras y sin capacidad para emitir sus propias opiniones; mientras haya un buen clima familiar habrá posibilidades de superar casi cualquier dificultad.

La flexibilidad


Es fundamental que aprendamos a adaptarnos a los cambios y a las nuevas necesidades de nuestros hijos. No podemos pensar que las normas se pueden mantener invariables en el tiempo. Tenemos que estar alerta sobre cómo evolucionan e intentar evolucionar igualmente nosotros.

Con las variables que hemos expuesto, los padres podemos situarnos en función principalmente de dos criterios: el control (normas) y el afecto. De la combinación de ambas obtenemos:

  • Estilo autoritario: mucho control y poco afecto. La comunicación suele ser unidireccional y las normas son rígidas y no consensuadas. Utilizan el castigo más que el reforzamiento para cambiar las conductas de sus hijos. Tratan de protegerles y enseñarles la forma “correcta” de hacer las cosas, pero pueden llegar a provocar en sus hijos una pérdida de la confianza en ellos mismos, llevándoles a tomar decisiones evitando el castigo sin desarrollar otros criterios. De este modo repetirán las conductas que queríamos eliminar en cuanto sientan que el castigo es poco probable que ocurra.
  • Estilo negligente: poco control y poco afecto. Han “dimitido” de su función educativa y no se implican en sus asuntos. Aunque pueden mostrarse alegres y vitales, los hijos suelen desarrollar una escasa competencia social y personal así como una baja tolerancia a la frustración acompañada de agresividad.
  • Estilo democrático: mucho control y mucho afecto. La comunicación es bidireccional y las decisiones están fundamentadas y tienen un sentido. Son padres que saben cuándo ser firmes en sus decisiones, pero que incluso en riñas son capaces de transmitir afecto. Facilitan el desarrollo de la capacidad de autocontrol y la motivación en los hijos al tiempo que aumenta su autoestima y responsabilidad.
  • Estilo permisivo: poco control y mucho afecto. Están muy pendientes de las necesidades de los hijos, pero las normas son flexibles y permisivas sin que haya una autoridad clara. Los impulsos se toleran y sus deseos se satisfacen rápidamente. Muchas veces los padres actúan por compensación (darles a mis hijos lo que yo no tuve) o por creer que querer a los hijos equivale a darles caprichos y no reñirles. Al final, los hijos que se crían en estos entornos suelen tener escasas habilidades sociales y un pobre control de sí mismos, sin respeto a las normas ni a las personas de su entorno.