¿Qué es la adolescencia?

La adolescencia es el momento en que nuestros hijos comienzan a conocerse mejor a ellos mismos y buscan las diferencias respecto al resto de su familia. Este proceso es necesario para poder afrontar los duros cambios que se avecinan. Es la única forma de convertirse en personas autónomas e independientes, un proceso social y evolutivo por el que hemos pasado todos.

Para nuestros hijos adolescentes es la primera vez en muchos ámbitos. Por eso se sienten inseguros, y a veces les salen mal las cosas. Necesitan experiencia para aprender las reglas del mundo en que se desenvuelven. Por primera vez tienen ese cuerpo, el cual va cambiando día a día. Aparecen pensamientos y sensaciones nuevas, las cuales no siempre comprenden ni controlan… ni siquiera saben ponerles nombre. Se enfrentan a su futuro y saben que deben hacerlo solos. De pronto van a descubrir que todas las opciones están delante de ellos, que abarcan todo el mundo y toda su vida… y se dan cuenta de que no están preparados para elegir. En ese instante de pánico se sienten desamparados y no saben qué quieren, ya que no tienen criterios para cribar la inmensidad que se abre ante ellos.

La adolescencia se convierte en una etapa de transición cuyos límites no están definidos. El niño llega a este estado y no sabe cuánto tiempo dura, ni qué debe o puede hacer aún. La sociedad y la familia tampoco definen esta indeterminación, ya que no se espera lo mismo de los niños que de los adultos, y la adolescencia de hoy se encuentra entre ambos mundos. A nuestros hijos el pasado ya no les vale, pero el camino de la responsabilidad laboral y la independencia económica aún se ve muy lejos. Esta situación implica tener personas físicamente maduras que dependen aún de sus familias y no tienen responsabilidades importantes, la llamada paradoja de los jóvenes en occidente: se goza de una gran libertad pero se tarda en alcanzar la madurez necesaria para disfrutarla.

Les genera mucha frustración el no poder definir claramente su identidad, o creer que estaba definida y descubrir que no es así.

Los adolescentes pueden reaccionar con irritabilidad ante estas situaciones, pero esto no debe ser un gran problema si los padres mantenemos una adecuada comunicación con ellos. Es de gran ayuda utilizar los mismos canales de comunicación que ellos usan, porque así conoceremos perspectivas de sus vidas que hasta ahora permanecían ocultas y podremos iniciar una comunicación más rica y efectiva. Están en la época en la que más ayuda necesitan de nosotros, aunque paradójicamente es el momento en el que más la rechazan.

Mantener con nuestros hijos una comunicación basada en la confianza hace que podamos saber quiénes son sus amigos, con quién se relacionan y qué tal se sienten con dicha relación. En el lado opuesto de la comunicación existen prácticas como el espionaje, algo nada ético que además es ilegal y no dice nada bueno de nosotros. Esto solo puede estar justificado en situaciones extraordinarias en las que tengamos la certeza de que nuestros hijos corren un riesgo real. Espiar a través de las TIC invadiendo su espacio personal solo por seguir manteniendo el papel de padres que controlan a sus hijos supone una traición a su confianza y no aceptar su maduración, y además nos hace cómplices de estar alimentando y perpetuando su estado de indefinición y confusión. ¿Qué les estamos enseñando si nosotros, sus modelos de adultos responsables, nos dedicamos a fisgonear?