La nueva educación y las TIC

No hay un manual de instrucciones que nos diga exactamente qué tenemos que hacer en cada situación con nuestros hijos en edad adolescente. Cada uno de ellos es una persona diferente con sus propios problemas y particularidades, pero podemos dar algunas pistas sobre cómo afrontar la educación en un período tan complicado.

Sabemos que ser padres no es una tarea fácil, y lo ideal es conseguir un equilibrio entre disciplina y cariño, buscar un punto medio donde seamos una referencia... pero también donde encuentren cada vez más espacio y más libertad para crecer y convertirse en adultos. Para ello hay que cuidar estos factores:

Las normas


Aunque a veces creamos lo contrario, los adolescentes necesitan nuestras normas para tener un referente en su comportamiento vital. Lo difícil es conseguir que las normas sean razonables y no obedezcan a nuestros propios miedos o inseguridades.

Si ellos crecen en un ambiente con normas y valores familiares asumidos por todos, serán personas más autónomas, tendrán un mayor grado de autoestima y, sobre todo, serán más responsables en su trabajo y más justos en sus relaciones sociales.

Los padres tienen que ser especialmente coherentes y cumplirlas siempre, o su credibilidad como modelos se verá seriamente afectada. Y esto se puede aplicar tanto para las normas de casa como para las normas que impone la sociedad.

Por ejemplo, si la velocidad máxima en ciudad es de 50Km/h y vamos con total tranquilidad a 70Km/h, o damos un acelerón para apurar el semáforo en ámbar, o no guardamos la distancia mínima de seguridad… y todo eso con nuestros hijos como testigos dentro del coche, no tendremos pues legitimidad para exigirles que cumplan otras normas a rajatabla.

El afecto


Es tan importante como las normas en la educación. Gracias al afecto, los adolescentes comprenden mejor que las normas establecidas buscan un bien común y no son arbitrarias. Gracias a esto no obedecerán solo por temor al castigo, sino comprendiendo los motivos.

La ausencia de afecto los convierte en personas inseguras y sin capacidad para emitir sus propias opiniones; mientras haya un buen clima familiar habrá posibilidades de superar casi cualquier dificultad.

La flexibilidad


Es fundamental que aprendamos a adaptarnos a los cambios y a las nuevas necesidades de nuestros hijos. Igual que no llevaremos al adolescente de la mano para cruzar el paso de cebra como si fuera todavía un niño, no podemos pensar que las normas se pueden mantener invariables en el tiempo.

Tenemos que estar alerta sobre cómo evolucionan e intentar evolucionar igualmente nosotros. Recordemos que, a pesar de todo esto, no siempre se educa igual, no siempre nuestros hijos dialogan y comprenden, no siempre los padres actúan igual. Hay que tener en cuenta muchos factores que influyen a la hora de educar.

Con las variables que hemos expuesto, los padres podemos situarnos en función principalmente de dos criterios: el control (normas) y el afecto. De la combinación de ambas obtenemos:

  • Estilo autoritario: padres que ejercen mucho control pero muestran poco afecto. La comunicación suele ser unidireccional y las normas son rígidas y no consensuadas, mostrando poca flexibilidad. Utilizan el castigo más que el reforzamiento para cambiar las conductas de sus hijos.

    Tratan de protegerles y enseñarles la forma “correcta” de hacer las cosas, pero pueden llegar a provocar en sus hijos una pérdida de la confianza en sí mismos, llevándoles a tomar decisiones evitando el castigo sin desarrollar otros criterios. De este modo repetirán las conductas que queríamos eliminar en cuanto sientan que el castigo es poco probable que ocurra.

    El ejemplo lo tenemos en el chico o la chica a la que se le reprende por hacerse una foto con el móvil sin dar un sentido a dicha riña. En cuanto se encuentre lejos de los padres y tenga ocasión, volverá a hacerlo porque a su juicio la foto no tiene nada de malo, pero que me vean mis padres haciéndola termina en castigo.
  • Estilo negligente: padres que ejercen poco control y muestran poco afecto. Han “dimitido” de su función educativa y no se implican en sus asuntos. Aquí no tiene sentido hablar de flexibilidad, ya que no hay nada que flexibilizar.

    Aunque es una familia que puede mostrarse alegre y vital, los hijos suelen desarrollar una escasa competencia social y personal, así como una baja tolerancia a la frustración acompañada de agresividad.

    El ejemplo lo tenemos en aquellos hijos que se rigen por la ley del más fuerte sin que ningún adulto les enseñe a compartir, establecer turnos, a ser generosos y respetuosos...
  • Estilo democrático: padres que ejercen mucho control y muestran mucho afecto. La comunicación es bidireccional y las decisiones que se toman están fundamentadas y tienen un sentido. Son padres que saben cuándo ser firmes en sus decisiones, pero que incluso en riñas son capaces de transmitir afecto.

    Ser capaces de identificar en qué ocasiones ser flexible es algo que será educativo para sus hijos, y en qué momentos no serlo también lo será, actuando siempre buscando lo mejor para ellos. Facilitan el desarrollo de la capacidad de autocontrol y la motivación en los hijos al tiempo que aumentan su autoestima y responsabilidad. El ejemplo lo tenemos en aquellos hijos generosos y altruistas que desarrollan una buena capacidad de empatía, aceptando la frustración cuando es necesario.
  • Estilo permisivo: padres que ejercen poco control y muestran mucho afecto. Están muy pendientes de las necesidades de los hijos, pero las normas son excesivamente flexibles y permisivas sin que haya una autoridad clara. Los impulsos de los hijos se toleran y sus deseos se satisfacen rápidamente.

    Muchas veces los padres se conducen de esta forma por compensación (darles a mis hijos lo que yo no tuve) o por una sensación equivocada de que querer a los hijos equivale a darles caprichos y no reñirles.

    Al final, los hijos que se crían en estos entornos suelen tener escasas habilidades sociales y un pobre control de sí mismos, sin respeto a las normas ni a las personas de su entorno. El ejemplo lo tenemos en los hijos a los que les dan siempre lo que quieren sin requerir esfuerzos por su parte, ya sea al pedirlo o tras ceder los padres a sus chantajes.

Otros factores que debemos tener en cuenta como padres son:

  • Factores individuales: la personalidad de cada uno, las experiencias vividas, el temperamento, los problemas emocionales, etc.
  • Factores entre individuos: el tipo de relación en la familia, entre los padres, con las amistades y con otros adultos.
  • Factores del entorno: dónde se vive (ciudad o pueblo pequeño, un barrio u otro), a qué colegio o instituto se va, etc. Todo esto implica que aunque sigamos unas líneas educativas básicas, siempre tenemos que fijarnos en:
    • La situación. No actuaremos igual si nuestros hijos desobedecen que si dañan a alguien, por ejemplo. En el primer caso razonaremos y en el último adoptaremos actitudes más restrictivas.
    • El destinatario. No es lo mismo un pre-adolescente de 13 años que uno de 17, ni uno tímido que uno expansivo, ni uno prudente y uno temerario. Como hemos dicho ya varias veces, no hay dos adolescentes iguales.
    • Tolerancia hacia las normas. El primer paso para que se acepten las reglas que pactemos conjuntamente es que sientan que están participando en ellas y no son unos meros observadores del proceso en sí. Deben sentirse protagonistas con voz, que sus sugerencias sean escuchadas y, en cualquier caso, aceptadas si se nos argumentan y nos plantean soluciones coherentes. En definitiva, que sientan que estas normas son también sus normas, y no las de sus padres.

El camino más directo para que tomen como suyas nuestras normas es a través del diálogo, del afecto, y de la consideración de que se trata de algo justo y pactado entre todos los integrantes de la familia por el bien de todos. Eso sí, tener siempre en cuenta que son los padres los que tienen en última instancia un criterio adulto, y hay veces que hay que acatar unas normas aunque el adolescente no lo comparta.

El que tratemos de ser unos padres democráticos no implica que la familia sea una democracia: todos los miembros de la familia deben tener voz, pero hay asuntos para los que no todos deben tener voto.