Huérfanos digitales

Huérfanos digitales son aquellos niños de todas las edades que han tenido que aprender a desenvolverse en el uso de las Tecnologías de la Información y Comunicación (TIC) por sus propios medios, ya que no han podido contar con sus padres para aprender cómo hacerlo debido a la brecha digital que separa a ambas generaciones. Sin embargo, el que desconozcamos muchos de los detalles de las TIC no impide que podamos educar a nuestros hijos para que sepan desenvolverse con soltura en el mundo que les rodea valiéndose de todos los recursos a su alcance.

Las TIC son tecnologías y dispositivos que surgieron después de que naciéramos, pero con los que han nacido nuestros hijos. El mundo es el mismo pero tiene un aspecto nuevo ya que, sobre la capa analógica que nosotros hemos conocido se ha superpuesto una capa digital que lo cubre todo y que nos afecta a todos. La mayor parte de las cosas se hacen a través de las nuevas tecnologías: educación, ocio, comunicación, comercio, trabajo...

No siempre sabemos canalizar el exceso de información a la que tenemos acceso, ni tampoco tenemos criterios para saber si la fuente que consultamos es digna de confianza. Una mayor información no implica necesariamente un mayor conocimiento, ni que ese conocimiento se aproveche de manera correcta. Nuestros hijos se enfrentan a los riesgos de siempre, los mismos que se nos presentaban a nosotros de pequeños, solo que en un entorno que no conocemos bien. Esto genera en nosotros la incertidumbre de no creernos capaces de protegerlos, pero al igual que somos competentes para protegerlos en el mundo analógico, lo somos para hacerlo en el mundo digital: los principios son los mismos, tan solo hay que adaptarse a las formas.

Tenemos que ser conscientes de cómo es nuestro estilo parental en la vida analógica y aplicar los mismos principios al entorno digital. Los estilos parentales se pueden clasificar en función de la interacción de dos variables: el control y el afecto. De la combinación de ambas obtenemos:

  • Estilo autoritario: mucho control y poco afecto. La comunicación suele ser unidireccional y las normas son rígidas y no consensuadas. Utilizan el castigo más que el reforzamiento para cambiar las conductas de sus hijos. Tratan de protegerles y enseñarles la forma “correcta” de hacer las cosas, pero pueden llegar a provocar en sus hijos una pérdida de la confianza en ellos mismos, llevándoles a tomar decisiones evitando el castigo sin desarrollar otros criterios. De este modo repetirán las conductas que queríamos eliminar en cuanto sientan que el castigo es poco probable que ocurra.
  • Estilo negligente: poco control y poco afecto. Han “dimitido” de su función educativa y no se implican en sus asuntos. Aunque pueden mostrarse alegres y vitales, los hijos suelen desarrollar una escasa competencia social y personal así como una baja tolerancia a la frustración acompañada de agresividad.
  • Estilo democrático: mucho control y mucho afecto. La comunicación es bidireccional y las decisiones están fundamentadas y tienen un sentido. Son padres que saben cuándo ser firmes en sus decisiones, pero que incluso en sus riñas son capaces de transmitir afecto. Facilitan el desarrollo de la capacidad de autocontrol y la motivación en los hijos al tiempo que aumenta su autoestima y responsabilidad.
  • Estilo permisivo: poco control y mucho afecto. Están muy pendientes de las necesidades de los niños, pero las normas son flexibles y permisivas sin que haya una autoridad clara. Los impulsos de los niños y las niñas se toleran y sus deseos se satisfacen rápidamente. Muchas veces los padres actúan por compensación (darles a mis hijos lo que yo no tuve) o por creer que querer a los hijos equivale a darles caprichos y no reñirles. Al final, los hijos que se crían en estos entornos suelen tener escasas habilidades sociales y un pobre control de sí mismos, sin respeto a las normas ni a las personas de su entorno.

Los padres podemos identificarnos con uno o varios de estos estilos, ya que en ocasiones podemos ser más autoritarios, mientras que en otras podemos ser realmente permisivos. La clave está en que nos mostremos ante nuestros hijos con la mayor coherencia posible (nada de Donde dije digo, digo Diego) y que tengamos claro que nuestra labor educativa está al servicio de ellos, y no de nuestras propias necesidades, debilidades o miedos.

Como padres que intentamos proteger a nuestros hijos de los peligros del entorno, podemos adoptar dos actitudes: imponer valores o educar en valores.

Imponer valores implica que nuestros hijos aprenden lo que es correcto e incorrecto por mandato de los padres, pero pierden la oportunidad de asimilar y hacer propios los valores que les proporcionarán los criterios para discernir lo adecuado de lo inadecuado. Los padres tienen así una falsa sensación de seguridad, ya que creen que mientras sus hijos obedezcan ciegamente, no habrá ningún problema. Pero cuando los hijos tengan edad para cuestionarse el mundo tal y como lo conocen eso conllevará que los viejos valores impuestos no tienen valor alguno, por lo que se verán perdidos sin saber qué es correcto y qué no.