Desarrollo psicológico por edades

La educación en las TIC no se limita a una cuestión de competencia técnica.

Quizá los hijos tengan mucho que enseñar a sus progenitores sobre “cómo” funcionan las TIC, pero son los padres los que deben enseñarles “qué” hacer con ellas, “para qué” utilizarlas y hacerlo de un modo provechoso, responsable y seguro.

De 2 a 4 años

Los niños empiezan a tener claro lo que quieren, pero no conocen las formas adecuadas para conseguirlo. Es cuando empiezan a aparecer las rabietas si no se satisfacen sus caprichos y dependiendo de cómo se resuelvan dichas rabietas por parte de los padres, estaremos desarrollando o mermando su tolerancia a la frustración y sus habilidades interpersonales.

Su actitud es muy egocéntrica y solo hay una perspectiva, la propia. Descubren que pueden mentir y de esta forma manipular a los mayores, pero no tienen consciencia de que actúan mal. Respecto al juego ya son capaces de elegir con qué juguete jugar (al igual que ya expresan qué prefieren comer) y poco a poco van pasando del juego individual a jugar con otros niños a juegos con reglas.

Si se les apoya en sus avances de independencia, se volverán más confiados y seguros de sus capacidades. Si se les juzga o controla excesivamente pueden volverse dependientes y desarrollar una baja autoestima.

De 5 a 7 años

El apoyo por parte de los padres es fundamental, ya que su autoestima crece cuando los padres le reconocen los grandes avances que logra y se interesan por su día a día. Observan los comportamientos de otros niños para evitar castigos o para obtener recompensas, empezando a discriminar con claridad lo que es correcto e incorrecto. Comienzan a desarrollar iniciativas, inventan juegos y se abren a la participación grupal en un contexto que se va ampliando desde la familia al grupo de la escuela y el barrio.

Aparecen los juegos en equipo, con reglas claras que todos comparten, desplazando el egocentrismo típico de la etapa anterior. Si se les estimula y anima, desarrollarán gran seguridad en sí mismos. Si se frustran estas iniciativas con excesivo control, el niño se tornará inseguro.

De 7 a 9 años

Empieza un periodo de cierta calma donde los cambios que se producen no son tan bruscos. Tienen claros los principios de educación que rigen las relaciones sociales y ya tan solo les queda tener que practicarlos. Los amigos incrementan su protagonismo aunque todavía dichas relaciones se desarrollen, sobre todo, en contextos familiares (dentro de las casas, en zonas de juego próximas al domicilio…). Se desarrolla el pensamiento lógico y con él la capacidad de razonar así como un cierto espíritu crítico ante la existencia de cosas imposibles o contradictorias.

Los niños a estas edades son muy trabajadores y desarrollan mucho el sentido de orgullo por los logros obtenidos, ya que estos les ayudan a hacerse un lugar entre los iguales. La curiosidad que empiezan a mostrar por el mundo que les rodea es voraz: cualquier objeto que encuentran en la calle les llama muchísimo la atención.

De 9 a 11 años

Continúa siendo un periodo de cierta calma evolutiva pero ya en la antesala de los cambios que se iniciarán con la pubertad y que darán el pistoletazo de salida a la adolescencia. En esta edad quieren agradar a los demás y les gusta ser apreciados por las personas que consideran relevantes en su entorno, fundamentalmente sus padres y profesores, aunque comienzan a considerar relevantes a algunos niños de mayor edad. Cognitivamente son capaces de razonar no solo sobre los objetos y sus relaciones sino sobre las propias relaciones entre sí, dando lugar a la construcción de razonamientos basados en hipótesis y no en hechos concretos. Los juegos se vuelven más competitivos al tiempo que ganan mayor capacidad de autocontrol tanto de sus impulsos como de su cuerpo en general. Confían en el grupo y son capaces de sentirse integrados y colaborar con la familia, les gustan las relaciones grupales y asumir responsabilidades.

En algunos de estos niños, y sobre todo en las niñas, los cambios físicos y/o psicosociales propios de la adolescencia pueden acontecer con mayor celeridad, por lo que empiezan a aparecer los típicos problemas de relación paterno-filial. La figura del grupo de iguales surge muy potente con referentes de conducta que compiten con los paternos.

La buena relación y la confianza de los padres apoyando su autoconcepto y autoestima a lo largo de toda la infancia son esenciales para que nuestros hijos aprendan a enfrentarse a la presión del grupo y la sociedad en general en aquellos aspectos poco saludables como pueden ser la importancia que se da a la imagen personal o al estatus social como fuentes de valor personal.